Miguel Ángel Gozalo | 15 de septiembre de 2017
En este Congreso de los diputados tan variopinto, donde hemos visto dar de mamar a su hambriento retoño a la señora Carolina Bescansa, de Podemos, y exhibir una fotocopiadora capaz de imprimir papeletas electorales al desafiante señor Rufián, de ERC, la bancada del PNV parece un palco del estadio bilbaíno de San Mamés. Un palco de orden, moderado, de gente bien vestida que entiende de fútbol, de comida y probablemente de puros habanos, que sabe en todo momento dónde está y que se agita lo justo. En materia política, «toda pasión apagada», como el verso de Milton que da título a una célebre novela de Vita Sackville-West: ya pasaron los ardorosos y terribles tiempos de los chicos de la gasolina, algunos de los cuales acabaron siendo asesinos. Ahora hay que seguir contribuyendo a la mejora de Euskadi.
¡Ay, si Aitor Esteban, el portavoz del PNV en Madrid, representase a un centenar de diputados! ¿Se imaginan a este profesor, que sube a la tribuna como si se estuviese dirigiendo a un grupo de alumnos de Deusto y que exhibe su ingenio intercambiando pareados festivos con el Presidente del Gobierno, teniendo en sus manos toda la capacidad de influencia sobre la marcha del país? Con cinco escaños nada más, fíjense la que despliega. Tanta, que tiene metido en un puño al Gobierno, al Partido Popular y -atención, noticias de última hora- a la España que querría ver algo de luz en el conflicto del nacionalismo catalán y que confía en que el imperio de la ley (esa carencia inexplicable que ha distorsionado últimamente las relaciones entre el Estado y Cataluña) restablezca la posibilidad de entendimiento y la vuelta a la orteguiana conllevanza.
¿Qué tripa se le ha roto al PNV? Pues que, después de haber pactado con el Gobierno el apoyo a los presupuestos (a cambio de las contrapartidas correspondientes para eso que más arriba he llamado la mejora de Euskadi), la capacidad de contaminación del nacionalismo ha entrado en escena.
Lo ha contado en La Vanguardia del 13 de septiembre su analista Enric Juliana: «El Partido Nacionalista Vasco ha empezado a advertir públicamente al Gobierno que podría bloquear los presupuestos de 2018, según qué medidas se adopten en Catalunya. El primer aviso lo lanzó la presidenta del partido en Bizcaia, Itxaso Atutxa. Ayer por la mañana el portavoz del Gobierno vasco, el pactista Josu Erkoreka, enfriaba la advertencia. Casi a la misma hora, el portavoz del PNV en el Congreso, Aitor Esteban, reiteraba el aviso con palabras muy matizadas: «No estamos amenazando a nadie, pero si el Partido Popular rebasa determinadas líneas, el PNV tendría que replantearse su posición. Veremos cómo se desarrollan los acontecimientos y que es lo que hace cada uno». Esteban no quiso precisar cuáles son las medidas que llevarían a su partido a bloquear los presupuestos de 2018, obligando a una prórroga de los actuales, con el consiguiente estrangulamiento de la legislatura. Los cinco votos del PNV son decisivos», apunta Juliana, quien más adelante señala que no hay que tener mucha imaginación para suponer que la activación del artículo 155 de la Constitución –es decir, la intervención de la autonomía catalana– colocaría en ruta de colisión con el Gobierno a los que él denomina jeltzales.
Aparte de la consideración en torno a la ambigüedad del lenguaje, las medias verdades, la posverdad y demás quincalla («yo no estoy amenazando, pero a ver qué haces»), es difícil no estar de acuerdo con Enric Juliana cuando califica de legendaria la frialdad operativa del PNV. ¿Frialdad operativa, dice usted? ¡Que eufemismo para definir la incapacidad de mantenerse en una posición de lealtad contra viento y marea! Como escribe el director adjunto de La Vanguardia, «el nacionalismo vasco no tiene amigos, sólo tiene intereses, podría decirse, retorciendo un poco la frase de lord Parmelston, primer ministro británico en el siglo XIX: Inglaterra no tiene aliados eternos ni enemigos perpetuos. Nuestros intereses son eternos y perpetuos y nuestra obligación es vigilarlos».
El PNV amenaza al Gobierno con «complicar» los presupuestos de 2018 por Cataluña https://t.co/dqz6lmq10o
— ABC.es (@abc_es) September 12, 2017
Después de enumerar cuales son esos intereses del PNV (el concierto foral, la industria vasca, el traslado a cárceles vascas de los presos de ETA, las relaciones con Bruselas y que no haya inflamaciones abertzales), Juliana concluye: «Rajoy afronta la crisis de Estado con 134 diputados. Nunca desde 1977 un partido había gobernado España con menos de 150 escaños. Este dato es básico para leer la partitura».
El ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, ha sido el primero en reaccionar ante esta addenda, en forma de amenaza preventiva, que al frágil contrato entre el Gobierno y el PNV han puesto los coyunturales socios vascos. «No veo que relación tiene una cosa con otra. No veo que tiene que ver el presupuesto con el referéndum ilegal».
Pues sí que tiene que ver, ministro. Hablamos de nacionalismo, esa herida en el sentimiento colectivo de una comunidad -como dictaminó Isaiah Berlin, para criticarlo acerbamente, porque él creía que en las sociedades modernas todos tenemos lealtades plurales, pertenecientes a comunidades diversas, y no a una sola- , que cree que lo propio tiene valor simplemente porque es nuestro, en el marco de unas metas comunes y en la convicción de que esas necesidades de la supuesta nación son supremas. Veremos si los sentimientos vencen a la razón, o viceversa.
No se si Rajoy es aficionado a las rancheras mexicanas, pero seguro que ha oído más de una vez una de José Alfredo Jiménez en la que el amante despechado le pide a su pareja que deje de amenazarle: «Cuando estés decidida a buscar otra vida / pues agarra tu rumbo y vete /. Pero no me amenaces, no me amenaces/. Ya estás grandecita / ya entiendes la vida / ya sabes lo que haces».
En una próxima sesión de control al Gobierno, Aitor y Mariano podían arrancarse por rancheras. Nuestro parlamento lo aguanta todo.
Quim Torra ha ordenado descolgar los lazos amarillos de los edificios públicos. El presidente de la Generalitat dispara para seguir haciendo ruido y se esconde tras el humo. Sánchez no da la cara y es el Poder Judicial el que defiende el Estado de derecho.